24 de diciembre
EL LIBRO DE LOS
ESPÍRITUS, DÍA A DÍA
Uno de los mejores libros de todos los tiempos!!!
Autor: Allan
Kardec
165. El conocimiento del Espiritismo tiene
alguna influencia sobre la duración más o menos larga de la turbación?
-“Peso grandísimo, por cuanto el
Espíritu conocía ya su futura condición; empero, más que ninguna otra cosa,
abrevian esta duración una conciencia pura y la práctica del bien”-.
En el momento del traspaso todo es confuso, y el
Espíritu precisa algún tiempo para reconocerse; él se encuentra aturdido, como
en el estado de quien sale de un profundo sueño, que busca darse cuenta de su
condición. La lucidez de las ideas y la memoria del pasado le regresan a medida que se va borrando la influencia de
la materia, de la cual se ha soltado, disipándose aquella especia de neblina
que vela los pensamientos.
La duración de la turbación, que sigue a la
desencarnación, es variabilísima: puede ser de alguna hora, como de varios
meses o años. Es menos larga para aquellos que ya en vida se han compenetrado
al estado futuro, por cuanto, apenas se encuentran allí, lo comprenden
inmediatamente.
La turbación espiritual ofrece circunstancias
particulares, según el carácter de las personas, y sobre todo según el género
de la desencarnación. En aquellas violentas, por auto-determinación, por
suplicio, por accidente, por heridas, y similares, el Espíritu es sorprendido;
lleno de estupor, no cree de encontrarse en la dimensión espiritual, y lo niega
con obstinación; ve su cuerpo, sabe que es el suyo y no comprende que se ha
separado; va cerca de las personas que ama, les habla, y desconoce la razón por
la cual no le escuchan. Esta ilusión dura hasta la perfecta separación del
periespíritu. Solamente entonces el Espíritu se reconoce, y comprende que no
hace más parte de los vivos, -en la dimensión física. Un fenómeno de tal
naturaleza se explica fácilmente. Sorprendido, de repente, por la
desencarnación, el Espíritu está aturdido por el brusco cambio que se ha
efectuado en él. Él, como ordinariamente suele ocurrir, creía que la
desencarnación fuese sinónimo de destrucción, de anulación: ahora, por cuanto
él piensa, ve, siente, no comprende de haber desencarnado. Acrecienta el engaño
el hecho de verse en un cuerpo símil al precedente en la forma, cuya naturaleza
etérea él no ha tenido tiempo, aún de percibir; él lo cree sólido y compacto
como el primero; y, cuando alguna cosa llama su atención sobre este punto, se
maravilla de no poderse tocar. Este fenómeno es análogo al de los sonámbulos,
quienes desde el principio están persuadidos de no dormir. Para ellos el sueño
equivale a supresión de las facultades: ahora, por cuanto piensan libremente, y
ven, están persuadidos de no dormir. Algunos Espíritus presentan esta
particularidad, aunque la desencarnación no le haya tomados por sorpresa;
empero, ella es más común en aquellos que, si bien con ausencia de salud, no
piensan en la desencarnación. Se ve, entonces, el singular espectáculo de un
Espíritu, que asiste a su funeral como al de un extraño, y discurre como de
algo que no le concierne, hasta que llega a comprender la verdad.
La turbación que sigue a la desencarnación no tiene
nada de penosa para la persona de bien: es serena y en todo similar a la que
acompaña un plácido despertar. Para el malvado, al contrario, es plena de
ansiedad y de angustia, las cuales aumentan a medida que él adquiera la
cognición de sí mismo.
En los casos de desencarnación colectiva se ha
observado que no todos aquellos que desencarnan conjuntamente se vuelven a ver
siempre enseguida. En la turbación que sigue al traspaso, cada quien va por su
propia vía, o se cuida únicamente de aquellos seres que les son más queridos.
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