07 de diciembre
Comentarios exegéticos
sobre El Libro de los Espíritus, de Allan
Kardec:
La obra cumbre del pensamiento universal:
148. No es lamentable que el
materialismo sea por lo más consecuencia de estudios, los cuales deberían
mostrar al ser humano la superioridad de la inteligencia que gobierna el mundo?
-“No es verdad que el
materialismo sea efecto de estos estudios. La culpa es del ser humano, que
deduce falsas consecuencias, por cuanto suele abusar de todo, aún de las
mejores cosas. Por otra parte, la nada lo aterra más de cuanto quiere
aparentar y los Espíritus fuertes son,
frecuentemente, más fanfarrones que animosos. Los más son materialistas,
solamente porque no tienen con que llenar este vacío; empero, delante del
abismo que amenaza de tragárselos, mostradle el ancla salvadora, y ellos se
afianzarán satisfechos”-.
Por una aberración del intelecto hay quien no ve en
los seres orgánicos sino la acción de la materia, y le refiere todos nuestros
actos. Por cuanto no han sabido
descubrir en el cuerpo humano más que una maquina eléctrica; han
estudiado el mecanismo de la vida solo en las funciones de los órganos; ya que
han visto ésta culminar su ciclo vital por la rotura de un hilo, han buscado
para ver si quedaba algo y no habiendo encontrado nada más que materia inerte,
no habiendo visto al Espíritu partir y no pudiendo agarrarlo al vuelo, por
decirlo de alguna manera, han concluido que todo era, únicamente, sustentado
por las propiedades de la materia y que, después de la desencarnación, no
quedaba otra cosa que la nada: consecuencia desalentadora, si fuese verdadera, por
cuanto, entonces, el bien y el mal serían indiferentes y la humanidad, fundada
sobre el egoísmo, pondría, por encima de cualquier otra cosa, la satisfacción
de los propios placeres, y los lazos sociales serían destruidos, y los más
elevados afectos rotos para siempre. Empero, afortunadamente, estas ideas no son
generalizadas, ya que en ningún lugar constituyen lo que suele decirse una doctrina.
Una sociedad que se afincase sobre estas bases, llevaría, en sí misma, el
germen de la propia disolución, y sus miembros se destruirían, recíprocamente,
como bestias feroces.
El ser humano siente que con la desencarnación no
termina todo para él; siente horror por la nada, y, por cuanto rehúya del
pensamiento del porvenir, llegado que sea el momento supremo, no puede dejar de
preguntarse que será de él, por cuanto la idea de abandonar la vida sin retorno
agota el Espíritu más endurecido. Y, en efectos, quien podría jamás mirar con
indiferencia la separación absoluta y eterna de todo lo que ha amado? Quien,
sin temor, podría mirar delante de sí el inmensurable abismo de la nada, en el
cual desaparecerían para siempre todas sus facultades, todas sus esperanzas, y
decirse a sí: Cómo, después de mí, nada más? Nada más que el vacío? Todo, por
lo tanto, debe terminar, irreparablemente? Algún día más y después mi memoria
debe ser borrada para siempre, también, de la mente de mis queridos seres? Y,
de mi estadía en la tierra no quedará ningún vestigio, y será, también,
olvidado el bien que habré hecho a ingratos, para rendírmelos benévolos? Y,
como compensación de todos los dolores de mi vida, y de las luchas sostenidas
por un noble y generoso ideal, nada más que la nada, y ningún otra prospectiva
más que la conclusión del presente ciclo de vida?
Oh, cómo estos pensamientos deben llenar el ánimo de incertidumbre!
A lo cual, responderemos: Os engañáis; la misión del
Espiritismo es, precisamente, la de iluminarnos en torno a este porvenir, y de
hacérnoslo, casi, tocar con las manos, no más con razonamientos, sino con
hechos. Gracias a las comunicaciones espiritas, esto ya no es una hipótesis,
una probabilidad que cada quien imagina a su gusto, que los poetas crean con
ingeniosas ficciones, describiéndolas con falsas figuras alegóricas; sino una
realidad objetiva, por cuanto, los mismos seres de la dimensión espiritual,
vienen a describirnos las vivencias de su nueva vida, nos muestras el porvenir
que nos está reservado según los propios méritos o deméritos. Es, quizá, ésta,
una doctrina de anti-espiritualidad? Parecería lo contrario, por cuanto los
incrédulos encuentran en ella la fe, y los tibios, su entrada al fervor y a la
confianza. Por lo tanto, el Espiritismo es el más válido auxiliar de la
verdadera espiritualidad, y Dios lo concede para reanimar nuestras vagas
esperanzas, y para reconducirnos sobre la vía del bien, mediante el
conocimiento del porvenir.
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