03 de noviembre
Comentarios exegéticos
sobre El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec:
La obra cumbre del pensamiento universal:
113.
Clase primera y única. Los Espíritus
de esta clase han recorrido todos los grados de la escala espirita, y depuesto
cada impureza de la materia. Por cuanto han alcanzado el vértice de la
perfección, de la cual pueden ser capaces los seres humanos, no deben
experimentar más prueban ni expiaciones. No estando más sujetos a la
reencarnación en cuerpos caducos, viven la vida eterna en el seno de Dios.
Disfrutan de una felicidad inalterable, por cuanto no están sometidos más ni a
las necesidades, ni a las vicisitudes de la vida material; pero, esta felicidad
no consiste en un ocio monótono desenvolviéndose en perpetua contemplación. Son
los mensajeros y ministros de Dios, de quien ejecutan las órdenes para el
mantenimiento de la armonía universal. Comandan a todos los demás Espíritus,
les ayudan a perfeccionarse y les asignan sus tareas. Asistir a los seres
humanos en sus afanes, estimularles a actuar bien y a expiar las culpas que les
mantienen alejados de la suprema felicidad, es para ellos la más dulce de las
ocupaciones. Algunas veces se le denomina con nombres de ángeles, arcángeles o
serafines.
Los seres humanos pueden ponerse en comunicación con ellos; empero, ciertamente, se equivocaría quien pretendiese de tenerlos constantemente a su disposición.
COMENTARIO EXEGÉTICO DE GIUSEPPE ISGRÓ C.
Cuando se menciona que habiendo alcanzado un determinado grado de
progreso, los Espíritus no precisan pasar más por pruebas ni expiaciones, y que
vivirán, en eterno, en el seno de Dios, hay que entender que, habiendo
alcanzado el grado de Maestros de la Creación , a partir entonces van a fungir de
auténticos creadores en el desarrollo de nuevos mundos, con libertad de
creación, aunque siguiendo los planes trazados por el Creador Universal.
Es igual que la persona que se gradúa en la universidad y que ha
realizado los cursos de especializaciones y doctorado inherentes, que le
facultan a crear con cierto grado de independencia bajo la égida de su visión
cósmica.
Sin dejar de ser un aprendiz eterno, el Espíritu pasa de la fase
de estudiante a la de maestro y creador independiente, dirigiendo determinada
parte de la gran obra.
Pero, ya, se encuentra emancipado de esa fase evolutiva, en la
cual se encontraba depurando su ser de las impurezas que le inhibían percibir
la luz con plenitud y asumir la realización de una obra desde su diseño hasta
su ejecución final, y así ad infinitum. Antes era un ejecutante, solamente;
ahora: diseña, dirige y ejecuta, simultáneamente, y, algunas, veces, en
diversos mundos, paralelamente, en forma escalonada y continúa.
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