21 de febrero
EL LIBRO DE LOS
ESPÍRITUS, DÍA A DÍA
Uno de los mejores libros de todos
los tiempos!!!
Autor: Allan
Kardec
CONSIDERACIONES SOBRE LA
PLURALIDAD
DE LAS EXISTENCIAS
222.
La idea de la reencarnación, -dicen algunos-, no es nueva; se remonta a Pitágoras”-. Y nosotros,
quizá, hemos dicho que la doctrina espirita sea invención moderna? El
Espiritismo es una ley de la naturaleza; por lo cual ha debido existir desde el
origen de los tiempos, y nosotros nos hemos propuestos de probar que se
reencuentran las huellas en la más remota antigüedad. Pitágoras, como todos
saben, no es el autor del sistema de la metempsicosis, por cuanto lo ha tomado
de los filósofos hindúes y de los egipcios, entre quienes existía desde tiempos
inmemoriales.
Las ideas de la
transmigración de los Espíritus era, por lo tanto, una creencia popular,
admitida por los seres humanos más eminentes. Cómo y de quién la habían
recibido? Por revelación o por intuición? No se sabe; empero, sea como fuere la
cosa, una idea no atraviesa el tiempo y no es aceptada de la flor y nata de los
ingenios sin que tenga algún lado serio. La antigüedad de nuestra doctrina
sería, por lo tanto, más bien una prueba que una objeción. Pero, es también
notorio que entre la metempsicosis de los antiguos y la doctrina moderna de la
reencarnación existe una enorme diferencia, por cuanto los Espíritus rechazan
en el modo más absoluto la transmigración del Espíritu del ser humano en los
animales.
Los Espíritus, por lo
tanto, enseñando la pluralidad de las existencias corpóreas, renuevan una
doctrina que tuvo origen en las primeras edades del mundo, y se ha conservado
hasta nuestros días en el pensamiento íntimo de un sinnúmero de personas; pero,
la presentan bajo un aspecto más racional, conforme a las leyes progresivas de
la naturaleza, y en armonía con la sabiduría del Creador, despojándola de todo
aquello que le ha agregado la superstición.
Es una circunstancia digna de notar, que ellos, en estos tiempos, no la
han enseñado solamente en este libro. Mucho antes de que este libro fuese
publicado, innumerables comunicaciones de la misma naturaleza se habían
obtenido en diversos países, y se han,
después, considerablemente, multiplicado. Aquí sería el caso de examinar por
qué no todos los Espíritus están de acuerdo sobre este punto; pero, volveremos
sobre el tema, seguidamente.
Consideremos la cosa,
por ahora, bajo otro aspecto, sin tener en cuenta las instrucciones de los
Espíritus. Pongámoslas aparte, por un momento, y supongamos que esta teoría no
es obra de ellos, más bien, que no se ha hablado jamás de Espíritus.
Pongámonos, por un instante, sobre un terreno virgen de cada preconcepto,
admitiendo en el mismo grado de probabilidad las dos hipótesis, es decir, la de
la pluralidad y la de la unidad de las existencias corpóreas, y veamos de cual
parte nos guiará la razón y nuestro propio interés.
Algunos rechazan la
idea de la reencarnación por el solo hecho de que no la encuentran a su gusto,
aseverando de tener ya demasiado con una sola existencia, y de no querer
recomenzar otra. Nosotros conocemos a algunos, quienes se desmoralizan con solo
pensar en la posibilidad de regresar a la tierra. A estos no tenemos que
preguntar sino una sola cosa, lo cual es: si piensan que Dios ha consultado su
gusto y manera de pensar para regular el universo. Del resto, no hay vía de
medio: la encarnación o existe o no existe. Ahora, si existe, tienen una bella
manera de protestar, empero, le convendría, más bien, que la asuman. Dios no le
pedirá, a ellos, permiso. Sería muy cómodo al carente de salud, si pudiese
decir: por hoy he tenido suficiente, mañana quiero estar bien. Empero, es
preciso que tenga paciencia hasta restablecerse totalmente. De igual manera, si
aquellos renuentes deben vivir de nuevo, regresarán a un nuevo ciclo
existencial y si reencarnan, no le servirá de nada obstinarse como niños que no
desean ir a la escuela, o al igual que los condenados, que evaden el lugar que
les está destinado: será necesario pasar por la experiencia que le corresponde.
Estas objeciones son muy pueriles para merecer un examen serio. Sin embargo,
para reconfortarlos, les diremos que la doctrina espirita sobre la encarnación
no es tan tremenda como creen, y que, si la hubiesen estudiado bien, no se
encontrarían desconcertados de esta manera, por cuanto sabrían que las
condiciones de la nueva existencia dependen de ellos mismos: esa será feliz o
lo contrario según lo que hayan hecho aquí con el fin de poder, ya en esta
vida, elevarse tan alto que no teman una recaída en fango.
Hay que observar que
suponemos de hablar a quien cree en un porvenir cualquiera posterior a la
desencarnación y no a quienes tienen por prospectiva la nada, o quieren
sumergir su Espíritu en un Todo universal sin individualidad, como las gotas de
la lluvia en el Océano, lo cual, poco más o menos, es lo mismo. Si, de alguna
manera, creéis en un porvenir sea cual fuere, no admitiréis, ciertamente, que
sea el mismo para todos; diversamente, en qué consistiría la utilidad del bien?
Por qué habría que imponerse sacrificios? Por qué no satisfacer todas las
pasiones y deseos, aunque fuese a costa de los demás, ya que no habría nada que perder, ni ganar? Si creéis
que el porvenir de la dimensión espiritual será más o menos feliz, o lo
contrario, según las obras de vuestra vida, no podéis más que desear de devenir
verdaderamente felices, por cuanto se trata de la eternidad. Tendréis, quizá,
vosotros, la pretensión de ser las personas más perfectas que hayan existido
sobre la tierra, y de tener, de esta manera, sin duda, el derecho a la suprema
felicidad? Ciertamente, no; por lo cual admitís que existen seres que,
superándoos en meritos, tienen derecho a un puesto mejor, sin que por esto
vosotros forméis parte de los réprobos. Ahora bien, poneos por un instante con
el pensamiento en esta condición intermedia, que será, probablemente, la
vuestra, y suponed que alguien venga a deciros: Vosotros sufrís, no sois
felices cuanto podríais, mientras tenéis en frente seres que gozan de una
perfecta felicidad, queréis cambiar vuestra condición con la de ellos? Sin
duda, diríais vosotros: qué hay que hacer? Reparad el mal hecho, y buscar de
hacer mejor las cosas. Dudaríais vosotros de aceptar aunque fuese al precio de
muchas existencias de pruebas? Ciertamente no! Si una persona, quien, sin
encontrarse en una situación extrema, sufre, todavía, privaciones por sus
ganancias limitadas, alguien le dijese: Aquí hay una inmensa fortuna: os la
podéis apropiaros, pero a cambio de trabajar a fondo por un minuto! Aunque
fuese el ser menos trabajador de la tierra, no diría sin emoción: Trabajemos un
minuto, dos minutos, una hora, un día, si es necesario: qué significa un día de
trabajo si me pondrá en condiciones de vivir en medio a los bienes? Ahora
reflexionad: Qué representa la duración de una vida corpórea en comparación con
la eternidad? Menos de un minuto, menos de un segundo.
Otros opositores de
la reencarnación parten de un principio diferente, diciendo: -“Dios, que es sumamente
bueno, no puede imponer al ser humano de reiniciar una secuela de miserias y de
tribulaciones”. Encontraréis, vosotros, quizá, que sea mayor bondad condenarle
a un suplicio eterno por algunos momentos de error, en vez de darle los medios
de reparar sus fallos? Oíd: Dos industriales tenían cada uno un trabajador, que
podía aspirar, un día, ser su socio. Ocurrió, en cierta oportunidad, que ambos
disiparon su jornal, mereciendo un severo castigo. Uno de los dos industriales
despidió a su trabajador sin tener piedad de sus lágrimas; y éste, sin
encontrar trabajo, pereció en la miseria. El otro, en cambio, dijo al
trabajador negligente: Tú has perdido un día de trabajo, y me debe una en
compensación; has ejecutado mal tu cometido y me debe resarcir por ello; yo te
permito de hacerlo. Busca de trabajar con empeño y yo te dejaré a mi lado y
podrás, siempre, esperar el premio que te había prometido. Hay, quizá,
necesidad de preguntar quien de estos dos industriales fue más humano? Y,
queréis que Dios, no obstante su infinita clemencia, fuese más inexorable que
una persona?
El pensamiento de que
nuestra suerte sea decretada para toda la eternidad, después de pocos años de
pruebas, aún cuando no sea de peso, entre nosotros, alcanzar la perfección
sobre la tierra, deja de poner en el ánimo el consuelo y la confianza. En
cambio, la idea de reparar el mal hecho, o el bien descuidado, nos infunde
coraje y nos consuela, por cuanto nos deja la esperanza.
Por lo cual, sin
pronunciarnos en pro o en contra de la pluralidad de las existencias, no
tenemos dificultad para afirmar que, si fuese dado al ser humano de elegir,
nadie preferiría el juicio sin apelación. Un filósofo escribió, que, si Dios no
existiese habría que inventarlo por la felicidad del ser humano; se podría
decir lo mismo de la pluralidad de las existencias. Empero, repetimos: Dios no
pide nuestro permiso, y no consulta nuestras opiniones: el nudo consiste en
saber si la reencarnación es un sueño o una realidad. Consideremos, por lo
tanto, la cuestión, todavía desde otro punto de vista, siempre sin contar con
las enseñanzas de los Espíritus, y solamente como estudio filosófico.
Es evidente que, si
no hubiese la reencarnación tendríamos una única vida corpórea; ahora, si la
actual nuestra existencia corpórea es la única, el Espíritu de cada persona es
creado al momento de su nacimiento, a menos que no se admita la preexistencia,
en cuyo caso surge, espontáneamente, la pregunta, qué era el Espíritu antes de
la encarnación, y si aquel estado no constituya una existencia bajo cualquier
forma. No hay escapatoria: o el Espíritu existía, o no existía antes del
cuerpo. Si sí, en qué modo? Tenía o no la conciencia de sí mismo? Si no, sería
como si no hubiese existido; si poseía individualidad, debía ser progresiva, o
estacionaria: en ambos casos se tiene razón de preguntar: a cuál grado había
llegado cuando encarnó? Admitiendo, en cambio, de acuerdo a la creencia vulgar,
de que el Espíritu nazca contemporáneamente al cuerpo, o, lo que es lo mismo,
que antes de su encarnación tenga sólo facultades negativas, nosotros
preguntamos:
1)
Por qué el Espíritu muestra tendencias tan diversas e
independientes de las ideas adquiridas con la educación?
2)
De dónde proviene la aptitud extraordinaria de ciertos
niños por un determinado arte, o ciencia, mientras que otros son incapaces, o
quedan mediocres por toda la vida?
3)
De dónde toman algunos aquellas ideas innatas que no
existen en otros?
4)
De qué se derivan, en algún niño, aquellos instintos
prematuros de vicio o de virtud, y los sentimientos innatos de dignidad o de
bajeza, que contrastan con el ambiente en que nacieron?
5)
Por qué hay personas, las cuales, independientemente
de la educación, son más progresadas de las otras?
6)
Por qué hay personas salvajes e incivilizadas? Si
tomáis un niño Hotentote (Tribu de Sud
Africa) y lo educáis en nuestros más famosos liceos, haréis de él un Laplace o
un Newton?
Cuál es la filosofía
que puede resolver estas cuestiones? Los Espíritus, al nacimiento de los seres,
en la dimensión física, o son iguales o son desiguales: si iguales, por qué
aquellas aptitudes tan desiguales? Hay quien asevera que esas diferencias
dependen del organismo; pero, una tal doctrina sería más monstruosa e inmoral,
por cuanto, entonces, el ser humano, reducido a simple maquina, juguete de la
materia, no debería responder más de sus propios actos, y podría
responsabilizar de todo a sus imperfecciones físicas. Si, en cambio, son
desiguales, y fue Dios en crearlos así,
entonces, a qué se debe aquella innata superioridad concedida a algunos? Podría
esta parcialidad ser conforme a su justicia y al amor igual, que rigen a todas
sus criaturas?
Admitiendo, en
cambio, una sucesión de existencias anteriores progresivas, todo se explica por
si solo. Los seres humanos, traen, naciendo, la intuición de lo que han
aprehendido, y son más o menos progresados según el número de las existencias
transcurridas, lo cual, refleja su mayor o menor lejanía con el origen;
perfectamente como en un conjunto de personas de cada edad, donde cada una
tendrá un desarrollo proporcionado al número de los años vividos, por cuanto,
las coexistencias sucesivas son para la vida del Espíritu lo que los años
representan para la vida del cuerpo. Agrupad a mil personas desde la edad de un
año hasta ochenta, y suponed que un velo grueso os esconda su pasado de manera
de creerle nacidas todas el mismo día. Naturalmente, no podréis dejar de
preguntaros por qué las unas sean grandes y las otras pequeñas, las unas viejas
y las otras jóvenes, las unas doctas y las otras ignorantes. Pero, si aquel
velo ocultador se rasgase, si vinieseis a conocimiento de que esas personas han
vivido en un diverso espacio de tiempo más o menos largo, todo os aparecería
límpidamente claro. Dios, en su justicia, no ha podido crear Espíritus más o
menos perfectos, y con la pluralidad de las existencias, dicha disparidad no
tiene nada más de contrario a su equidad. Quizás, este nuestro razonamiento se
apoya sobre un sistema, sobre una suposición arbitraria? No. Basando nuestras
consideraciones sobre un hecho inexpugnable, es decir, el de la desigualdad de
las aptitudes y el del desarrollo intelectual y moral, lo encontramos
inexplicable de acuerdo a las demás teorías, mientras que, al contrario,
simple, natural, lógico, evidente, según la nuestra. Deberíamos, por lo tanto,
preferir aquellas que no explican nada, a la que lo explica todo?
A la sexta pregunta
se responderá, sin duda, que el Hotentote, es de un grupo étnico inferior.
Entonces, preguntaremos: Pero, el Hotentote es un hombre, o no? Si lo es, por
qué Dios le ha privado, conjuntamente con sus coterráneos, de los privilegios
concedidos al grupo étnico caucásico? Si no lo es, por qué buscáis de
convertirlo en cristiano? La doctrina espirita es más lógica: para ella no
existen diversas especies de seres humanos, sino solamente seres humanos cuyo
Espíritu es más o menos en retardo evolutivo, empero, siempre capaz de
progresar. No es, por lo tanto, esta doctrina más conforme con la justicia de
Dios?
Hasta aquí hemos
visto el Espíritu en su pasado y en su presente; si le consideramos en su
porvenir, encontramos las mismas circunstancias.
1)
Si la sola existencia presente debe decidir la propia
suerte futura, cuál es en la dimensión espiritual la condición del salvaje y la
del ser incivilizado? Se encuentran ellos en el mismo grado, o se diferencian
en la suma de la eterna felicidad?
2)
El ser que pudo dedicar toda su vida al propio
mejoramiento se encuentra en el mismo grado de aquel que le quedó rezagado en
progreso, no por su culpa, sino porque no tuvo ni el tiempo, ni la posibilidad
de hacer lo mismo?
3)
El ser humano que hace el mal por ignorancia del bien,
puede obligársele a responder de cierto estado de cosas que no dependen de él?
4)
Se trabaja para iluminar a los seres humanos, para
moralizarlos y civilizarlos; pero, en el ínterin, mientras se logra educar a
uno, millones desencarnan diariamente cada día, antes de que la luz haya
llegado hasta ellos. Cuál es, por lo tanto, la suerte de ellos? Son tratados
como réprobos? Y, en el caso contrario, qué han hecho para merecer de
encontrarse en el mismo grado de los demás?
5)
Cuál es la suerte de los niños que desencarnan antes
de haber podido hacer el bien o el mal? Si son los elegidos, por qué este favor
sin que hayan podido merecerlo? Por cuál motivo están exentos de las tribulaciones
de la vida?
Aquí tenemos otras
cuestiones insolubles según cualquier otra doctrina; mientras, si admitís para
el Espíritu más existencias consecutivas, todo se os explica de manera conforme
con la justicia de Dios. Por otra parte, lo que no se pudo hacer en una
existencia, se puede hacer en otra; así nadie escapa a la ley del progreso,
todos son recompensados en la medida del merito real, y nadie queda excluido de la felicidad suprema, a la cual
puede llegar, por muy grande que sean los obstáculos que encuentre en su
camino.
Tales cuestiones
podrían multiplicarse hasta el infinito desde el momento en que los problemas
psicológicos y morales, que no encuentran solución sino en la pluralidad de
existencias, son innumerables. Nosotros nos hemos limitados a los más
generales.
Sea como fuere, se
objetará que la doctrina de la reencarnación no es admitida por cuanto
significaría un desmoronamiento de las religiones. A este fin, por cuanto no es
nuestra intención tratar, ahora, este argumento, nos es suficiente haber
demostrado que la reencarnación es perfectamente lógica y moral: ahora, lo que
es moral y lógico, no puede ser contrario a una espiritualidad que proclama a
Dios como la bondad y la razón por excelencia. Qué habría ocurrido de la
espiritualidad, si de acuerdo con la verdad universal y a los dictámenes de la
ciencia no se hubiese adaptado a las nuevas percepciones de la realidad?
Por otra parte, el
principio de la reencarnación se refleja en varios pasajes de las Escrituras y
en el Nuevo Testamento, el cual es profesado de la manera más explícita:
-“Al momento de descender de la
montaña, (después de la transfiguración), Jesús hizo esta advertencia y les
dijo: No hablad a nadie de lo que habéis visto, hasta que el hijo del Hombre
haya renacido”. Entonces sus discípulos le preguntaron: Pues, por qué dicen los
escribas que Elías debía venir primero? Y él le respondió: Elías, en verdad, ha
de venir y restablecerá todas las cosas. Pero os digo que ya vino Elías y no le
conocieron, antes hicieron con él cuanto
quisieron. Así ellos harán padecer al hijo del hombre. Entonces entendieron los
discípulos que de Juan El Bautista les había hablado”. (Mateo, cap. XVII, V. 10
a 13; Marcos, cap. IX, V. 10,11,y 12).
Por cuanto Juan El Bautista
era Elías, el Espíritu de Elías debía haberse reencarnado en el cuerpo de Juan
El Bautista.
De cualquier manera, del
resto, el concepto que uno se forma de la reencarnación, la admita o no, si en
verdad existe, le convendrá asimilarla y asumirla. Nosotros, nos conformamos en insistir sobre
el punto esencial, es decir, que la enseñanza de los Espíritus es de manera
sublime real, por cuanto se apoya sobre la inmortalidad del Espíritu, las penas
y las recompensas futuras, la justicia de Dios, el libre albedrío del ser humano
y la moral enseñada por Jesús. Sería un error considerarle en desacuerdo con la
verdad universal.
Hemos razonado, tal como nos
lo habíamos propuesto, al margen de la enseñanza espirita. Si nosotros y tantos
otros hemos adoptado la doctrina de la pluralidad de existencias, no es porque
ella es enseñada por los Espíritus, sino porque nos ha parecido la más lógica,
por cuanto, sólo ella resuelve tantas cuestiones insolubles hasta ahora. Aunque
nos la hubiese enseñado un simple hombre como nosotros, la habríamos aceptado
igualmente, sin dudar un instante en renegar nuestras ideas personales. Donde
un error es demostrado, el amor propio tiene más de perder que de ganar
obstinándose en ello. De igual manera, posteriormente, la habríamos rechazado,
aunque hubiese sido enseñada por los Espíritus, si nos hubiese parecido
contraria a la razón, por cuanto sabemos, por experiencia, que no se debe
aceptar pasivamente todo lo que nos es enseñado por ellos, al igual que los que
nos es enseñado por los seres humanos. De acuerdo con nuestra visión, la teoría
de la reencarnación tiene títulos de gran relieve: primeramente, el de ser
estrictamente lógica, y después, la de ser confirmada por los hechos, positivos
e incontrastables, que un estudio atento y razonado puede aportar a quienquiera
se dedique a observar con paciencia, y frente a los cuales no es posible más la
duda. Dado que estos hechos serán divulgados como los de la formación del
movimiento de la tierra, es preciso atenerse a la evidencia y os opositores
deberán retractarse de sus negaciones, oportunamente.
Concluimos, por lo tanto,
repitiendo que la doctrina de la pluralidad de las existencias explica lo que
sin ella es inexplicable; que nos aporta inefables consolaciones; que responde
a la justicia más rigurosa; y que es para el ser humano el ancla de seguridad
que Dios les ha otorgado en su misericordia.
Las palabras mismas de Jesús
lo afirman decisivamente. Es aquí lo que se lee en el evangelio según Juan en
el Cap. III:
3) –“Jesús, respondiendo a
Nicodemus, le dijo: En verdad, en verdad te digo, que, si el ser humano no
renace, no puede ver el reino de Dios”-.
4) –“Nicodemus, le dijo: Cómo
el ser humano puede nacer cuando es viejo? Puede él reentrar en el seno de su
madre, y nacer una segunda vez?”
5) –“Jesús contestó: En verdad te digo que si el ser
humano no nace de agua y de espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo
que nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del espíritu, es espíritu.
No te maravilles de lo que te he dicho; es preciso que nazcáis de nuevo”-. (Ver
Nº 1.010).
COMENTARIO
EXEGÉTICO GIC: Denota, sin duda alguna, profunda percepción de la realidad
sobre la reencarnación y sus leyes vinculantes,
este ensayo de Allan Kardec. Quienes, ahora, lo leemos, vemos con
naturalidad los distintos aspectos comentados por el maestro y forman parte de
nuestro bagaje de conocimientos normales, ya que constituyen conceptos básicos
y esenciales en el ámbito de la Doctrina Universal, hoy en día.
Es cierto, hoy en
día. Pero, que ocurría en el tiempo en que se publicó El libro de los
Espíritus, en 1857?
En esa época,
Allan Kardec, con su magna obra, volvía a colocar en el tapete el tema de la
Reencarnación y la Ley de compensación, entre otros principios, después de que,
durante 1.600 años, ese movimiento nacido en el primer Concilio de Nicea, en la
ciudad de Isnik, Turquía, en el año 325 de nuestra era, comenzara un proceso
sistemático, a sangre y fuego, de tergiversación histórico-espiritual que
culminó en el olvido, virtualmente total, del tema de la reencarnación, en la
memoria colectiva del mundo occidental.
Es cierto que hubo
pensadores que se ocuparon del tema de la reencarnación, como fue el caso de
Marsilio Ficino, en el siglo XV, durante el
Renacimiento, quien les explica a sus discípulos que, al leer un ensayo
de Plotino, tengan presente de que se trata del mismo Espíritu de Platón, lo
que indica que conocía la temática con precisión. Además, Ficino percibía que
el mismo era una reencarnación del ilustre filósofo ateniense. La elevación de
su obra, entre la que se cuenta su Teología Platónica, denota un nivel
equivalente entre Platón, Plotino y Marsilio Ficino. Es decir, un hilo
conductor se manifiesta en el pensamiento de los tres.
En el siglo XIX,
el tema de la Reencarnación se reactiva con Allan Kardec, con la publicación de
El Libro de los Espíritus, marcando una nueva era a partir de entonces: La del
Espíritu.
También retoma la
temática palingenésica Madame Blavasky,
en 1875, con la fundación de la Sociedad Teosófica, y el excelente grupo de
ocultistas franceses. Hacia finales del siglo XIX, el Dr. Gerard Encausse,
-Papus-, publica un excelente libro sobre Reencarnación, y el tema ya pasa a
ser materia de estudio en el ámbito occidental.
En Oriente,
siempre se mantuvo la continuidad en el estudio de la Reencarnación, desde la
más remota antigüedad. Las Leyes de Manú, del siglo XXXVIII antes de nuestra
era, hablan de Reencarnación y de la ley del karma; el Bagavad Gita, es una
joya del pensamiento universal que aporta un conocimiento avanzado sobre ambas
doctrinas y otros que les son inherentes. El hinduismo, el budismo, y otras
corrientes de pensamientos, al igual que los más importantes pensadores de
todos los tiempos, sustentan ideas claras y precisas al respecto.
Tomando en cuenta
que Kardec se inicia en la investigación espirita en 1854, y que la publicación
de El libro de los Espíritus se lleva a cabo el 18 de abril de 1857, es decir,
tres años después, la labor que llevó a cabo este insigne humanista fue
gigantesca, de por sí. Solamente la concepción de las preguntas que formuló a
los Espíritus, el ordenamiento de las respuestas, las repreguntas, y los
comentarios que en toda la obra va colocando, en donde su propia percepción
tiene algo importante que aportar, demuestran un intenso trabajo y una
preparación previa importante. Sin duda, el elevado nivel formativo en la
cultura clásica y en las doctrinas orientalistas, le aportaban una visión
trascendental que contribuyó a la universalidad de su pensamiento.
Este capítulo, que
constituye un comentario de Allan Kardec, al anterior de El Libro de los
Espíritus, sobre la Pluralidad de Existencias, indica que, en solo tres años de
estudio, había desarrollado su pensamiento sobre la Reencarnación y todas las
leyes que les son vinculantes, además de de una visión integral de la doctrina
espirita. Su excelencia permite que, aún después de tanto tiempo, conserven
plena vigencia.
Repetimos, hoy nos
parecen ideas normales, pero, en su época, Kardec fue un pionero, y el primero
que, en el siglo XIX retoma el hilo de continuidad, en la materia, en el mundo
occidental, dando acceso al sol del porvenir, del progreso y de la sabiduría
espiritual en un grado como nunca antes lo hubo, y pese al férreo esfuerzo de
la tergiversación histórico espiritual nacida en Nicea.
Empieza la nueva
era de luz ya imparable, a partir de entonces, y hoy, con las investigaciones
científicas realizadas por las más importantes universidades del mundo,
alcanzan, ya, a más de cinco mil los casos de reencarnación científicamente comprobados.
Entre los eminentes exponentes descuellan las figuras de los Dres. Ian
Stevenson y Hamendranath Banarjé.
Empero, se cuentan
por millares los estudiosos de la Reencarnación y de las leyes que les son
inherentes, que están transformando la conciencia de la humanidad a nivel
global. Muchas instituciones vinculadas con la espiritualidad deberán, en corto
tiempo, reformular sus doctrinas, so pena de desaparecer del escenario, por
cuanto han dejado, ya, de representar la verdad universal.
La verdad universal
se impone siempre; la luz evacua la oscuridad. El bien prevalece sobre el mal.
El conocimiento emancipará al ser humano. Los temas vinculados con la Doctrina
de la Reencarnación y la ley del karma, y otros principios inherentes,
contribuirán a forjar esa humanidad con la conciencia elevada creadora de la
nueva edad de oro en el planeta Tierra.
Hoy en día más del
80% de la humanidad cree en la supervivencia del Espíritu y en la
Reencarnación. El resto, es cuestión de tiempo. De nada sirve cerrar los ojos
frente a la realidad y tratar de opacar la luz del sol con un dedo.
Concluimos,
dejando constancia de que, una de las obras más portentosas sobre el tema de la
Reencarnación y sus valores intrínsicos, es la de la andaluza Amalia Domingo
Soler, que lo estudia en las más amplias vertientes y variantes. Sus obras:
Hechos que prueban…, Te perdono, y su extensa bibliografía, ofrecen al
estudioso la más completa enciclopedia sobre la Reencarnación. En cada ensayo
se plasma el genio inigualable de esta insigne y relevante exponente de la
Doctrina Universal.