sábado, 5 de octubre de 2013

59. Los pueblos se han formado ideas contradictorias en torno a la creación, según el grado de su instrucción.



10 de septiembre

Comentarios exegéticos
sobre El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec:

La obra cumbre del pensamiento universal:


CONSIDERACIONES Y CONCORDANCIAS BÍBLICAS EN TORNO A LA CREACIÓN

Autor: Allan Kardec


59.      Los pueblos se han formado ideas contradictorias en torno a la creación, según el grado de su instrucción. La razón, con la ayuda de la ciencia, ha reconocido la inverosimilitud de muchas teorías. La que han dado los Espíritus confirma la opinión por largo tiempo aceptada por los seres más ilustrados.
La objeción, que puede hacerse a esta teoría, es que contradice el texto  de los libros sagrados; empero, un ponderado examen demuestra como esta contradicción sea más aparente que real, resultando de la interpretación literal de frases que tienen a lo sumo un significado alegórico.
La cuestión sobre el origen de la humanidad, que, según la Biblia, se hace resalir a Adán, como a una única fuente, no es la sola entre las creencias religiosas, a la cual la ciencia nos ha obligado a renunciar. También el movimiento de la tierra pareció en otros tiempos tan contrario al texto bíblico, siendo objeto de grandes persecuciones los doctos que lo afirmaban. Empero, la verdad termina, siempre, por triunfar; la tierra gira a despecho de las excomuniones, y hoy nadie podría poner en duda este movimiento, sin ofender la razón.
Se afirma, también, en la Biblia, que el mundo fue creado en seis días, y se establece la época alrededor de 4.000 años antes de nuestra era. Anteriormente, la tierra no existía: el texto afirma claramente que ella fue creada de la nada; empero, la ciencia positiva, la ciencia de las inexorables deducciones, ha probado lo contrario. La formación del planeta tierra está escrita con caracteres imborrables en el mundo fósil, y está probado que los seis días de la Creación son otros tantos períodos, cada uno de los cuales con la duración de centenares de miles de años.  Y esto no es ya un sistema, una doctrina, una opinión aislada; sino un hecho innegable como aquel del movimiento de la tierra, que la teología no puede dejar de admitir. Estos ejemplos son suficientes para demostrar  en cuantos errores es fácil caer cuando se toman a la letra las expresiones de un lenguaje con frecuencia figurado. Es preciso, quizá, deducir que la Biblia enseña lo falso? No; más bien las personas se han engañado al interpretarla.
La ciencia, escudriñando en las vísceras de la tierra, ha reconocido el orden en el cual los variados seres vivientes han aparecido sobre su superficie, y este orden concuerda con el indicado en la Génesis, con la sola diferencia de que la obra, en vez de haber salido milagrosamente de las manos de Dios en pocas horas, se cumplió, siempre por efecto de su voluntad, pero según la ley de las fuerzas de la naturaleza, en muchos millones de años. Sería por esto, Dios, menos grande y poderoso? Su obra es menos sublime, por cuanto no tiene el mérito de la instantaneidad? No ciertamente: tendría de la Divinidad una idea muy mezquina quien no reconociese la omnipotencia de Dios en sus leyes eternas que Él ha establecido para gobernar los mundos. La ciencia, lejos de empequeñecer la obra de Dios, nos la muestra debajo de un aspecto más grandioso  y más conforme a nuestras nociones de su potencia y de su majestad, por cuanto esta obra se ha cumplido sin derogar las leyes de la naturaleza.
La ciencia, de acuerdo con esto con Moisés, reconoce el ser humano como el último en ser creado en la escala de los seres vivientes: empero Moisés pone el diluvio en el año del mundo 1654, mientras la geología nos enseña que el gran cataclismo fue anterior a la aparición del hombre, por cuanto, hasta hoy, no se ha podido descubrir, en los estratos primitivos, algún vestigio de la presencia ni de él, ni de animales de su misma categoría del lado físico. Esto, empero, no prueba la imposibilidad de la cosa, en cambio varios descubrimientos lo han puesto ya en duda. Es posible, que de un momento a otro se obtenga la certeza material de esta anterioridad de la raza humana y entonces se deberá reconocer, que también sobre esto, como sobre otros puntos, el texto bíblico es figurado. El meollo de la cuestión está en saber si el cataclismo geológico es el mismo del de Noé. Ahora, la duración necesaria a la formación de los estratos fósiles no permite confundirlos, y, encontrar que si hubiese restos de la existencia del hombre antes de la gran catástrofe, quedará demostrado, o que Adán no fue el primer hombre, o que la creación de él se pierde en la noche de los tiempos. En contra de la evidencia no valen razonamientos, y será necesario aceptar este hecho, al igual que el movimiento de la tierra y los seis períodos de la Creación.
La existencia del hombre antes del diluvio geológico es cosa todavía hipotética; empero hipótesis no es cuanto sigue: Admitiendo que el hombre haya aparecido por primera vez sobre la tierra 4000 años antes de nuestra era, si 1654 años después, toda la raza humana ha sido destruida, excepto una sola familia, resulta que el doblamiento de la tierra no data sino de Noé, vale decir desde hace 2.346 antes de nuestra era. Empero, cuando los hebreos emigraron a Egipto en el siglo XVIII -antes de nuestra era-, encontraron este pueblo muy poblado, y ya antes de su civilización. La historia, por otra parte, demuestra que en aquella época las India y otros países eran igualmente florecientes, al silencio de la cronología de algunos pueblos que remontan a épocas de mucho más remotas. Sería, por lo tanto, necesario que del siglo  XXIV al XVII, es decir, en el espacio de 6.000 años, no solamente la posteridad de un solo hombre hubiese poblado las inmensas regiones entonces conocidas, aún admitiendo que las otras no hubiesen existido, sino que en el breve intervalo de tiempo, la humanidad se hubiese elevado de la ignorancia absoluta del estado primitivo al más elevado grado del desarrollo intelectual, lo cual es contrario a todas las leyes de la antropología.

Si se agrega que, a confirmar esta opinión concurre válidamente la diversidad de los grupos étnicos. El clima y las costumbres producen, ciertamente, modificaciones en el carácter físico; pero sabemos hasta donde puede alcanzar la fuerza de estas causas, y el examen fisiológico prueba  que en algunos grupos étnicos existen diferencias constitucionales mucho más profundas de las que puede producir el clima. El cruce de los grupos étnicos produce  los tipos intermedios, y tiende a cancelar, más que resaltar, los caracteres extremos: crea solamente algunas variedades. Empero, en cada caso, por cuanto fuese posible el cruce de los grupos étnicos, era necesario que existiesen grupos étnicos diferentes, y, -cómo explicar la existencia, si se le da un origen común, especialmente poco antiguo? Cómo admitir que en un dado número de cientos de años algunos descendientes de Noé se hayan transformado al punto de producir, por ejemplo, la raza etiópica? Una tal transformación es tanto inadmisible cuanto la hipótesis de un origen común entre un lobo y un cordero, entre el elefante y la pulga, entre el pájaro y el pez. Es preciso decirlo: nada puede prevalecer en contra de la evidencia de los hechos. Todo, en cambio, se explica, admitiendo la existencia del hombre antes de la época que comúnmente se le asigna, reconociendo la diversidad de los orígenes; aceptando a Adán, que habría existido hace 6.000 años, cual poblador de una región todavía deshabitada; viendo el diluvio de Noé como una catástrofe parcial confundida con el cataclismo geológico; teniendo en cuenta, en fin, la forma alegórica propia del estilo oriental, y que se encuentra en los libros sagrados de todos los pueblos. Está claro, por lo tanto, que es poco prudente el juzgar con ligereza, y así señalar como falsas algunas doctrinas, las cuales, como tantas otras, pueden dar, antes o después, un desmentido solemne a quienes las combaten. Las ideas espirituales, antes que perder, conquistan fuerzas y grandeza caminando paralelamente con la ciencia. Es éste el único medio para no mostrar al escepticismo el lado vulnerable.

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